jueves, 23 de diciembre de 2010

Mensaje de Navidad 2010

Queridos amigos y amigas, compañeras y compañeros de camino:

Nuevamente celebramos el nacimiento de Jesús y nuevamente, como en aquel tiempo, mucha gente a nuestro alrededor vive inmersa en necesidades angustiantes, consecuencia de un sistema económico-político- social que genera extrema desigualdad y desnuda las mezquindades de las clases dirigentes, incapaces de aunar voluntades, proyectos y esfuerzos para construir en común un país para todos y una sociedad orientada prioritariamente en las necesidades y derechos de las y los hermanos más débiles, pobres y marginad@s.

Como en el pasado, María y José deambulan por las calles y barrios pobres buscando un lugar donde vivir, dar a luz y criar a sus hijos dignamente bajo un techo protector, con la expectativa y el derecho asegurado de ser respetados como parte de una sociedad inclusiva, sanadora y salvadora. 

En este tiempo de Adviento y Navidad las personas de fe no nos contentamos ni aceptamos festividades consumistas, huecas y alienantes: Buscamos la creación de signos firmes de justicia, fraternidad y esperanza cierta que alcance a todo el pueblo y que de sentido y futuro a la vida ante todo de los más postergados y humillados.

Por eso recordamos las palabras con las cuáles María respondió al mensaje de bendición y esperanza que le llegó de Dios:

”Mi alma canta al Señor y mi espíritu se alegra en Dios nuestro salvador,
Porque él vió la humildad de su servidora,
Por eso desde ahora y por los siglos me llamarán bienaventurada,
Porque él ha hecho cosas maravillosas, Santo es su nombre,
Su misericordia permanecerá por siempre con su pueblo.
Muestra el poder de sus manos confundiendo y dispersando a los soberbios
Y derribando a los potentados de sus tronos.
Dios levanta a los pobres, a los hambrientos los colma de bienes
y despide a los ricos con las manos vacías”
(Lucas 1: 46-54)

La Navidad nos habla de María, una joven pobre como millones de Marías del pueblo argentino. Ella y su esposo –como millones de habitantes de nuestro país y los países limítrofes- fueron expulsados de su tierra por el sistema económico- político –social vigente y deambulan por villorrios tan pobres como ellos mismos buscando un lugar donde cobijarse o un terreno donde construir un ranchito precario antes que nazca su hijo. Nos preguntamos: ¿Habrá nacido en los últimos días algún niño en los nuevos asentamientos de los barrios de Buenos Aires? Parece que no es una noticia importante para los medios de comunicación, que sí abundan en discriminar y criminalizar a las Marías y los Josés que hoy sobreviven en medio de la miseria entre nosotros, cuando finalmente se asientan en un basural abandonado.

Las personas de fe confiamos en que la promesa dada a Maria nos alcanza también a las mujeres y hombres de hoy: Cuando nos abrimos y disponemos plenamente para que a partir de nuestras vidas nazca una vida nueva, un futuro distinto, como lo soñaron y sueñan también hoy las y los más pobres. Porque cuando el mensajero promete que el frágil niño, llamado Jesús,  traerá esperanza para la vida de su pueblo, está describiendo ni más ni menos lo que cada día sucede hoy en los barrios más castigados por un sistema de competencia desigual y feroz; por eso las familias de los barrios humildes viven cada nacimiento como la renovación de su resistencia, su alegría y su porfía por un futuro que le pertenezca, y ante todo que pertenezca a sus hij@s.

Claro, inmediatamente nos surge la duda y la pregunta: ¿qué puede hacer y lograr un niño, nacido en un insignificante pueblito del interior en medio de  matorrales y  animales frente a las oscuras y destructivas fuerzas que dominan con su soberbia este mundo?

Si nos detenemos un momento en tomar conciencia y reflexionar sobre la vida que ese niño vivió de grande, encontramos la respuesta: oyendo cuántas vidas transformó y liberó simplemente con la autoridad de su impresionante claridad, coherencia y solidaridad; tomando conciencia  del profundo significado, desafío y atracción que sigue teniendo para millones de personas que aún hoy siguen sus pasos, más allá de los errores, traiciones y deformaciones de muchas instituciones que se denominan cristianas.

Aquella María de ayer así como las de hoy, al igual que sus hijas e hijos, fortalecen con sus luchas y esperanzas de futuro nuestras esperanzas en medio de las propias luchas, frente a una realidad cruel y desgastante;  nos animan y convocan a no bajar los brazos, alentándonos a buscar caminos desconocidos y aventurándonos a dar nuevos pasos. A confiar en la creatividad y esperanza de futuro que vive en medio de los pobres y discriminados, a liberar la fuerza que nos capacita y moviliza a decir y hacer aquello, que da plenitud a la vida, aunque los poderes reinantes lo nieguen y repriman. María y Jesús son ejemplo de que no se puede dominar y someter por siempre el poder de la esperanza de un pueblo, porque la esperanza es el sueño que soñamos cuando estamos despiertos, son los sueños diarios de la gente que espera y resiste. María y Jesús son el rostro viviente de esas personas y familias, que también están despertando y comienzan a soñar un día y un país distinto en medio nuestro.

Nos queda una pregunta desafiante como personas que nos identificamos hoy con aquella jovencita: ¿Nosotros también estamos dispuest@s a ponernos plenamente a disposición del llamado y la promesa de Dios, dichosas y dichosos de ser elegid@s a compartir nuestra vida para ganarla y para que sea bendecida desde las y los más pobres? María intuye y confiesa que Dios es Santo y misericordioso como una madre y un padre, porque él mismo se hace pequeño, humilde y marginal, compartiendo las búsquedas y el destino de los pobres. María experimenta que Dios ama y se compromete con aquellas y aquellos, que toman conciencia de su situación y la de sus herman@s, que gritan al cielo su dolor y su ansia de justicia, y que se ponen unidos en camino hacia un destino y un mundo nuevo.  Ellas y ellos perciben y reconocen a Jesús actuando y transformando también hoy la historia a través de quienes le siguen en su aventura de una existencia  distinta y opuesta a los valores de una economía globalizada que produce pobreza e inequidad. Él destruye también hoy los planes de los orgullosos y derriba de su trono a los soberbios y prepotentes  de este mundo. Él hace justicia, elevando a un lugar prominente en la historia la  dignidad y capacidad de resistencia y creación de los humildes; llenando de alimentos a los hambrientos, pero dejando con las manos vacías a quienes lucran egoístamente por retener para ellos mismos mucho más de lo que necesitan para vivir bien, como lo demuestra la crisis global del capitalismo y el estremecimiento de los países centrales y poderosos.

Dejemos que nuestra vida sea, como la de María, un canto de alegría y fe en el amor de Dios por los humildes, por aquellas y aquellos, a quienes prometió vida en plenitud desde los albores de la historia, compromiso que sigue siendo el mismo por siempre. (Cf. Lucas 1, 39 a 58).
Celebremos pues la Navidad con sencillez y fraternidad, quizás invitando a alguien que no tiene ánimos, ni familiares, ni alimentos para festejar, pero que seguramente hará presente a ese niño y su familia en nuestro hogar, iluminando de esperanza con su llegada el nuevo año.

                 Rodolfo R. Reinich                                      Arturo Blatezky
                 Co-Presidente                                             Coordinador