martes, 11 de febrero de 2014

Declaración de la Diócesis de Quilmes, sobre la postura de la iglesia Católica sobre el aborto.


Si faltan llamadas directas y explícitas a salvaguardar la vida humana en sus orígenes, especialmente la vida aún no nacida […], ello se explica fácilmente por el hecho de que la sola posibilidad de ofender, agredir o, incluso, negar la vida en estas condiciones se sale del horizonte religioso y cultural del pueblo de Dios». Con esta afirmación se reconoce la ausencia de un juicio ético sobre el tema del aborto en las Sagradas Escrituras y, al mismo tiempo, se intenta precisar el motivo por el cual esto es así. Se da a entender, entonces, que dicha ausencia no quiere decir que no existan criterios evangélicos que, cuidadosamente interpretados, puedan —y deban— aplicarse a esta realidad.

En verdad, esto ocurre con muchas problemáticas morales. Por ser Palabra de Dios encarnada en lenguaje humano, la Biblia asume ciertos límites propios de su encarnación. Uno de esos límites es que no aborda explícitamente todas las cuestiones morales. Por lo tanto, creo que afirmar que la Biblia no habla del tema no dice nada en principio, ya que para intentar arrimar una respuesta a los grandes dilemas morales siempre necesitamos recurrir a la hermenéutica, dejándonos ayudar por los avances en los estudios bíblicos, por el sentir de la Iglesia como pueblo de Dios, y por un análisis riguroso del tema en cuestión, ayudados por los elementos que las ciencias humanas puedan aportar y por la coyuntura en la que nos encontremos.

Entiendo que la discusión pasa, entonces, por analizar cuidadosamente la cuestión planteada, sabiendo que pesan sobre nuestra interpretación condicionamientos históricos frente a los cuales debemos estar atentos, pero que son «conditio sine qua non» para abordar cualquier temática.

En el caso del aborto —y siendo escueto por no poder en este espacio hacer un desarrollo más extenso— creo que el drama se presenta porque entran en colisión los derechos (o pretendidos derechos) de dos figuras enfrentadas: la mujer embarazada y el embrión humano. Gran parte de la discusión —y de la repuesta que se dé a la misma— tiene que ver con lo que técnicamente se denomina en los debates bioéticos «el estatuto del embrión humano»; es decir, «¿qué es?», o «¿quién es?» el embrión humano. Si es una persona, entonces pasa a gozar de los derechos debidos a todo ser humano. Si no lo es, aun con el debido respeto por ser una realidad biológica humana, podría no contar con todos los derechos atribuidos al ser personal. Allí está la discusión más importante.

En este sentido, ya en la Declaración sobre el aborto provocado, documento al que siempre se remiten las tomas de postura posteriores del Magisterio de la Iglesia (incluyendo la misma Evangelium Vitae), la Congregación para la Doctrina de la Fe afirma: «Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo […]. Con la fecundación ha comenzado la aventura de una vida humana, cada una de cuyas grandes capacidades exige tiempo, un largo tiempo, para ponerse a punto y estar en condiciones de actuar. […] No es incumbencia de las ciencias biológicas dar un juicio decisivo acerca de cuestiones propiamente filosóficas y morales, como son la del momento en que se constituye la persona humana y la legitimidad del aborto. Ahora bien, desde el punto de vista moral, esto es cierto: aunque hubiese duda sobre la cuestión de si el fruto de la concepción es ya una persona humana, es objetivamente un pecado grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio» (nn. 12-13).

Es verdad que hay situaciones dramáticas en las que la mujer embarazada puede encontrarse, y que el Magisterio reconoce: «Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque se quisieran preservar algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia. A veces se temen para el que ha de nacer tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería no nacer» (EV 58). Pero estas razones, para la enseñanza de la Iglesia, «aun siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente» (ib.).

Concuerdo con Ivone Gebara en que muchas veces se puede caer en una postura hipócrita cuando se insiste en la doctrina y no se trabaja, dentro de las posibilidades de cada uno, para erradicar las situaciones que pueden llevar a que una mujer decida abortar. Esta actitud aparece claramente sancionada por Jesús, al referirse a los escribas y fariseos: «Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo» (Mt 23, 4). También comparto que las mujeres más pobres son las que se ven más afectadas por la desprotección en que se encuentran. Pero, si bien puede ser cierto que las clases pudientes tienen el dinero para acceder a un aborto “seguro” (en el sentido en que casi no habría riesgo de vida para la mujer), esto no avala necesariamente el cambio de postura en relación al juicio ético sobre el aborto.

Aquí es donde se inscribe el discurso sobre la relación existente entre orden jurídico y orden moral. Está claro que el orden jurídico no puede punir todo lo que el orden moral considera ilícito. La ley civil se manifiesta tendencialmente tolerante frente a ciertos comportamientos que no afectan al bien común. En este sentido resultaría comprensible que no sancionase el adulterio, aun considerándolo claramente inmoral. El tema es que en la cuestión del aborto, si aceptamos la presencia de una persona en el embrión humano, estaríamos frente al desconocimiento de un derecho fundamental y que, entonces, atentaría contra el bien común. La tolerancia de la ley civil tiene un límite cuando entra en colisión con la justicia. Indudablemente, atentar contra la vida de un inocente de modo directo es una injusticia flagrante.

De todos modos, creo que hay que poner la fuerza en el cambio de las situaciones estructurales que llevan a la marginación de las mujeres y, sobre todo, de las mujeres más pobres, no condenándolas, sino ayudándolas a salir de esa situación de opresión, so pena de que caiga sobre nosotros el juicio de Jesús para los escribas y fariseos de su época. Creo que en este sentido puede iluminar lo que el Beato Juan Pablo II dice en el número 99 de Evangelium Vitae: «Una reflexión especial quisiera tener para ustedes, mujeres que han recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en la decisión de ustedes, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en el interior de ustedes. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no se dejen vencer por el desánimo y no abandonen la esperanza.

Pbro. Lucio Carvalho Rodrigues
Licenciado en Teología Moral
Diócesis de Quilmes