Se conformó la Unión de Científicos
Comprometidos. Un escritode Andrés Carrasco es el origen de esta red
latinoamericana que cuestiona el rol de la ciencia al servicio de las
corporaciones con la complicidad del Estado.
Por Darío Aranda.
Publicado en el periódico Mu de Julio de 2015.
“El
conocimiento científico y tecnológico, en particular aquel desarrollado
sin el debido control social, ha contribuido a crear problemas
ambientales y de salud, con alcances muchas veces catastróficos e
irreversibles”. El cuestionamiento proviene desde adentro mismo del
sistema científico y es parte del documento fundacional de la Unión de
Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América
Latina (Uccsnal), espacio nacido en Rosario y conformado por académicos
de una decena de países. Cuestionan las políticas científicas que, desde
el Estado, están al servicio del sector privado, hacen hincapié en los
académicos que legitiman el extractivismo (agronegocios, minería,
petróleo) y proponen una ciencia que tome como centro al pueblo: “El
quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente
responsable y con un claro compromiso con la sociedad y la naturaleza,
privilegiando los principios de sustentabilidad, equidad, democracia
participativa, justicia socio- ambiental y diversidad cultural”.
Ciencia digna
La Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Nacional de Rosario (UNR) estableció el 16 de junio de 2014 como el “día
de la ciencia digna”, en homenaje al jefe del Laboratorio de
Embriología Molecular de la UBA, Andrés Carrasco, quién confirmó los
efectos nocivos del herbicida glifosato. Carrasco, que falleció en mayo
de 2014, había sido presidente del Conicet (Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas) y era un duro cuestionador de
las políticas científicas que (desde el Estado) están al servicio del
sector privado.
Enfrentó una campaña de desprestigió de sectores
mediáticos ligados al agronegocios y también de sectores de la academia,
incluso del ministro de Ciencia, Lino Barañao (un férreo impulsor de
las empresas transgénicas).
Carrasco tejió lazos con organizaciones sociales,
poblaciones fumigadas e investigadores críticos al modelo hegemónico de
ciencia. Trabajaba en un escrito que sería el puntapié de un colectivo
de académicos de América. No llegó a terminar el documento, pero el 16
de junio de 2014 se lanzó (en base a su escrito) la “Declaración
Latinoamericana por una Ciencia Digna”.
“Existe una ciencia cada vez más dependiente de los
poderes hegemónicos, violando el derecho a una ciencia autónoma para
beneficio directo de la sociedad (…) Los cultivos transgénicos son
vehículos diseñados no para alimentar al mundo, sino para la apropiación
sistemática e instrumental de la naturaleza; y sin duda un instrumento
estratégico de control territorial, político y cultural, de una nueva
etapa neocolonial”, señala el escrito de Carrasco.
En otro apartado afirmaba que la manipulación genética
es solo una tecnología y “no tiene una base científica sólida por lo que
constituye un peligro para el equilibrio natural y la diversidad
biológica”. Alertaba sobre la existencia de “grandes negocios y un
enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar
interpelar”.
“La ciencia, su sentido del para qué, para quién y hacia
dónde, están en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir
demencia si queremos sobrevivir soberanamente. Los pueblos
latinoamericanos tienen el derecho irrenunciable a desarrollar una
ciencia transparente, autónoma y que sirva a sus intereses”, proponía el
escrito de Carrasco, que soñaba con un colectivo de científicos
cercanos al pueblo y alejados de los dictados de las empresas.
A los pocos días de circular el escrito, ya había más de
50 reconocidos y respetados académicos de Argentina, México, Ecuador,
Costa Rica y Brasil que adherían a la declaración.
Un año después
Junio de 2015. Rosario fue otra vez el epicentro. La
Facultad de Ciencias Médicas de la UNR. Toda una semana de actividades,
en el marco del III Congreso Internacional de Salud Socioambiental, se
realizó el I Encuentro de la Unión de Científicos Comprometidos con la
Sociedad, con participantes de una decena de países de la región. Más de
70 expositores y debates. El hincapié estuvo puesto en las actividades
extractivas, las políticas de Estado, las organizaciones territoriales
y, claro, el rol de la ciencia y las universidades públicas.
Una de las ponencias estuvo a cargo de Alicia Massarini,
doctora en ciencias biológicas e investigadora del Conicet. Explicó que
una concepción clásica y hegemónica de la ciencia es la que se presenta
como neutral, objetiva y universal. Tuvo su punto de partida en 1945,
luego de la Segunda Guerra Mundial, y vincula la ciencia al progreso y a
la generación de riqueza. “Es un modelo lineal, muy parecido a la
vigente en la Argentina actual”, afirmó.
Sostuvo que esa concepción de ciencia comenzó a ser
cuestionada en la década del 60, donde diversos investigadores
cuestionaron que se dé un cheque en blanco al hacer científico. Esa
mirada crítica tuvo su correlato local en el Pensamiento Lationamericano
en Ciencia y Tecnología (PLACT), que rechazaba la neutralidad del
pensamiento científico y buscaba una estrecha relación con el pueblo. De
Argentina sobresalían Jorge Sabato y Oscar Varsavsky. Dos preguntas
podrían resumir esos cuestionamientos y, al mismo tiempo, la búsqueda de
alternativas: ¿ciencia para qué y para quién?
Dictaduras militares mediante (y neoliberalismo
después), esa línea de pensamiento crítico se debilitó, pero advirtió
que en la última década resurgió.
La crítica (o autocrítica) a la ciencia actual apunta a
la creciente tendencia a la privatización y mercantilización del
conocimiento, e incluye el sistema de evaluación, que hace fundamental
hincapié en la escritura “paper” (artículos) en revistas especializadas
en ciencias. A más publicaciones, y según en qué revistas, mayor puntaje
para ascender en la carrera. Massarini, en línea con muchos otros
científicos, cuestionó la centralidad que se le da a las publicaciones.
“Hay que preguntarse cuál ha sido el destino de esos artículos. La gran
mayoría no ha dejado huella de interés. Y los dos tercios de ellos jamás
ha sido citado por otros investigadores”, cuestionó.
Y resumió los dos modelos de ciencia: con el sector
privado como eje (“empresacéntrico”) o con la sociedad como sujeto de
referencia (“pueblocéntrico”). Afirmó que el actual modelo lineal de
ciencia muestra que el saber está en crisis. Y propuso otro modelo, una
ciencia vinculada al contexto social, cultural y a los territorios.
Documento
Más de treinta investigadores debatieron
durante todo un día el documento constitutivo de la Unión de Científicos
Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina
(Uccsnal). Durante casi cinco meses habían circulado distintas versiones
vía correos electrónicos, pero en Rosario se hiló aún más fino. Se
consensuaron seis carillas, con un comienzo que es una declaración de
principios: “En homenaje póstumo al doctor Andrés Carrasco (1946-2014). Presidente Honorario Permanente”.
Los primeros párrafos son una crítica al
extractivismo y a sus justificadores: “La generación y uso del
conocimiento científico tecnológico están cada vez más comprometidos con
dar respuesta a las demandas de las corporaciones que impulsan el
modelo que nos ha llevado a esta crisis y cada vez menos al servicio de
los pueblos”.
Denuncia la “creciente tendencia a la
privatización del conocimiento” y al mismo tiempo revaloriza el saber de
las comunidades locales, los pueblos indígenas, los campesinos y los
habitantes de las periferias de las ciudades quienes “con sus luchas,
sus saberes ancestrales, sus ejemplos convivenciales y su concepción del
buen vivir y su organización, siembran semillas emancipadoras para
reconstruir los paradigmas necesarios para enfrentar estas crisis”.
Entre los objetivos de la Unión de Científicos figuran el propiciar una reflexión crítica sobre la ciencia y la tecnología, promover la discusión sobre la responsabilidad de los estudiantes, científicos y académicos, y generar conocimientos orientado a acompañar y fortalecer los procesos sociales y las luchas en defensa de las comunidades y la naturaleza.
“Resulta imperativo aplicar los principios
de precaución y de prevención”, resalta el documento de los científicos.
Lo que implica que, ante la falta de certeza sobre el impacto de una
tecnología o técnica (los transgénicos o la fractura hidráulica para
extraer petróleo) se deben tomar medidas de protección para el ambiente y
la salud humana. Y remarcan que es imprescindible que todo proceso de
generación y aplicación de tecnologías en la sociedad “sea convalidado
por la licencia social y ambiental correspondiente, fruto de legítimos
procesos participativos”.
Y, ya casi al final del documento, vuelve a
una pregunta tan necesaria como ausente en el modelo académico
hegemónico: para qué y para quién es la ciencia y la tecnología.
Entre los firmantes están Alejandro Calderón y Margarita Tadeo Robledo (México), Jaime García (Costa Rica); Miriam Mora y Arturo Quizhpe (Ecuador), Eduardo
Espinoza (El Salvador), Rubens Nodaris (Brasil), Esperanza Holguin
(Colombia), Pablo Galeano (Uruguay), y Damián Verzeñassi, Alicia
Massarini y Damián Marino (Argentina), entre otros.
También forma parte del colectivo Elizabeth Bravo, ecuatoriana y
doctora en ecología de microorganismos. Bravo denunció en su ponencia la
existencia de una “ciencia mercenaria” (dio como ejemplo la
contaminación de Chevron en Ecuador y cómo un grupo de científicos
acudieron al auxilio de la petrolera y no de las comunidades afectadas),
pero revalorizó lo sucedido en Rosario: “La Unión de Científicos
Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza es un hecho de gran
trascendencia para los países de América. Nace ante la necesidad de
contar con una mirada crítica al modelo tecno-científico que se está
imponiendo en la región. Esta necesidad fue ya ubicada por nuestro
querido amigo Andrés Carrasco, quien nos dejó como tarea pendiente crear
esta organización. A un año de su partida, la pudimos concretar y ya
está dando sus primeros pasos por América Latina”.* Por Darío Aranda. Publicado en el periódico Mu de Julio de 2015.