Buenos
Aires, 5 de mayo del 2012
Es 4 de mayo a media noche,
estamos en el aeropuerto Charles de Gaulles en París, esperando el vuelo de Air
France 418, con destino a Buenos Aires. El comandante anuncia que
tendremos unos minutos de atraso. Todo bien, es un vuelo más después de un
largo viaje pleno de actividades en Bradford, Londres y París. Me
acompaña Beverly Keene, compañera de Jubileo Sur y Diálogo 2000.
El avión despega casi a las cero
horas del día 5 de mayo. En ese momento, en segundos, minutos, o toda la
eternidad, la memoria golpea mi conciencia y brotan miles de imágenes y
momentos que surgen de espacios interiores que me sacuden y llevan a lo
vivido hace 35 años. Trato de serenarme y ordenar mis pensamientos entre el
paso del tiempo y la memoria que es presente.
El día 30 de abril en la
Universidad de Londres, recordaba los 35 años de la primera marcha de las
Madres de Plaza de Mayo. Del dolor, resistencia y coraje nacido en el amor,
reclamando el derecho de saber sobre sus hijos desaparecidos. Recordaba las
luchas compartidas con el pueblo que
fueron dejando huellas y caminadas hasta el día de hoy.
Volvió a mi
mente la prisión, los miles de desaparecidos, muertos y exiliados por la
dictadura militar argentina, la guerra de Malvinas y el dolor en resistencia de
los pueblos en todo el continente contra las dictaduras militares.
Llegamos de
Londres a París el 1º de Mayo, el día 30 de abril entregamos para ser
presentada en el parlamento británico, la carta con la firma de siete Premios
Nobel de la Paz y personalidades internacionales, para reclamar el diálogo
entre Argentina e Inglaterra, para resolver el conflicto de las Islas Malvinas
de acuerdo a las resoluciones de la ONU. El Primer Ministro David Cameron se
negó a recibirme al igual que la embajadora británica en la Argentina.
Lamentablemente sufren de soberbia imperial y falta de coraje para asumir el
diálogo. A la embajada Argentina en Gran Bretaña le toca asumir una difícil
tarea diplomática.
La memoria es reincidente en la
vida y volví a ver a los chicos de la guerra que volvían del frente con el
dolor y la muerte en la mochila, doloridos por la cobardía de sus jefes
que los silenciaban, reprimían e ignoraban y vivir la angustia de
heridas no cerradas en sus cuerpos y almas.
En París tuvimos el re-encuentro
y actividades con organizaciones solidarias y amigos.
No voy a
desarrollar los temas del viaje, no es la intención de esta nota, simplemente
compartir la situación en que me encontraba el 5 de mayo del 2012, cuando
se cumplieron 35 años de ese otro vuelo en la frontera de la muerte.
Todo vuelve a la memoria, el frío
de ese 5 de mayo de 1977 cuando de noche me saca la guardia del calabozo, el
“tubo 14”
en la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno al 1500, a una cuadra del
Departamento Central de la Policía donde fui detenido el 4 de abril de 1977.
Muchas imágenes y recuerdos surgieron en mi mente y corazón. Volví a recordar y
“ver” el corredor, las leoneras y calabozos, a los compañeros y compañeras
presos; a mujeres que trasladaban de otras prisiones y a destinos desconocidos,
o a una supuesta libertad y las largaban a la calle de noche con Estado de
Sitio y las “chupaban” nuevamente.
Recordé la reja de entrada
plegable con la gran cruz esvástica pintada en la pared con los rodillos para
tomar las impresiones digitales y escrito “naZionalismo”, los frascos de
sal gruesa que utilizaban para parar las hemorragias de sangre de los
torturados.
Volví a
“ver” el calabozo “tubo 14”
con inscripciones, puteadas, oraciones y esa inscripción que no puedo
dejar de pensar, que un prisionero o prisionera escribió con su
propia sangre: “Dios no mata”.
Ese día 5 de Mayo deciden que
hacer conmigo. Vivir o morir. Abren el tubo y me llevan a una oficina. Recuerdo
a los uniformados que esperan la entrega del prisionero, observo sus rostros
inexpresivos, todos tienen bigote y el pelo corto, parecen cansados de la
rutina de matar y tirar prisioneros de los aviones al mar y de recibir
órdenes, son autómatas. Escucho la orden: Póngale al detenido las esposas
y lo llevan al celular, vayan dos de ustedes.
No entiendo que hablan entre los
uniformados, han bajado la voz, unos me entregan y otros me llevan; para
ellos soy una “cosa” que deben llevar o tirar en algún lado.
Mis
preguntas no reciben respuesta.
El camión arranca y después de
más de una hora de viaje se detiene y abren la puerta, es de noche y siento
mucho frío. Veo un hangar de donde sale un pequeño avión que carretea en
la pista y se dirige hacia donde estamos. Un letrero en el lugar indica:
“Aeródromo de San Justo”.
No me quedan dudas de la orden
que tienen y el destino que me espera, no necesito explicación alguna, conocía
los vuelos de la muerte y el destino de los prisioneros. Recordé el antiguo
proverbio:
“la hora
más oscura es cuando comienza el amanecer”.
Me encadenan en el asiento
trasero del avión, pasando la cadena por las esposas y las piernas, los
uniformados toman asiento con sus armas reglamentarias y ametralladoras. En
total siete personas, con el piloto y el co-piloto.
El avión
carretea en la pista tomando velocidad para el despegue y veo el Río de
la Plata, una masa de agua oscura con reflejos plateados por la luna, toma
rumbo hacia el nordeste y veo el Río Lujan, el Paraná de las Palmas, el Paraná
Guazú y el Paraná Miní, lugares que conozco por haberlos navegado, veo la costa
del Uruguay, Montevideo, las luces, de la ciudad y las estrellas; el avión da
vueltas sin rumbo alguno esperando la orden.
Comienza el amanecer, cada
movimiento y respiración se siente en el avión, hay tensión y silencio, sólo se
escucha el sonido del motor. El oficial a cargo del operativo saca una caja de
un maletín negro que lleva consigo y manipula algo que no puedo ver porque está
sentado adelante y yo en el último asiento. Me duele el cuerpo y me penetra el
frío en el cuerpo y el alma. Creo que el oficial estaba manipulando una
inyección, sabía que a los prisioneros antes de tirarlo le inyectaban una droga
para dormirlos y evitar la resistencia.
Trato de respirar y serenar mi
espíritu, rezo y pido a Dios que si es el último momento de mi vida que proteja
a mi familia y a mi pueblo que no merecen vivir tantos sufrimientos.
Recordaba
que en Ginebra, Suiza, en la Asociación Internacional de Juristas, pude ver un
microfilm de cuerpos que la corriente del Río de la Plata había arrastrado a la
costa uruguaya, de mujeres y hombres jóvenes a quienes les robaron la vida,
algunos cuerpos estaban en parte comidos por los peces y atados con
alambres. La dictadura militar no quería dejar rastros de los detenidos y
buscaron hacerlos desaparecer y tirarlos de los aviones al río y el
mar. Lo habíamos denunciado en Europa y el mundo, ante las Naciones
Unidas, la OEA, iglesias y sindicatos, muchos no podían creer que fuera cierto,
otros guardaron silencio, no faltaron los incrédulos, los cómplices
internos y los externos.
En el vuelo recordé las
inscripciones que dejaron otros prisioneros, una frase de San Juan de la
Cruz, “en el atardecer de la vida te reclamarán en el amor” y ese
tremendo acto de fe de un prisionero o prisionera torturado que escribe con su
propia sangre“Dios no mata”.
Los asesinos también hablan de
un dios, en cuyo nombre cometen toda clase de atrocidades, y son bendecidos por
otros asesinos. Es la negación del Dios de la Vida.
La memoria regresa y muchas
veces me pregunto ¿por qué yo, uno más entre las miles de víctimas?, porque la
muerte no quiso abrazarme en ese entonces.
La conocí de frente y no le
tuve miedo, si respeto. Sabemos que en algún momento nos abrazará a todos, no
es horrible ni cadavérica, es como un cristal transparente donde refleja
en miles de facetas tu vida, su rostro es el tuyo, el mío, el de todos
Supe que la Muerte está
enamorada de la vida, una no puede ser sin la otra, son entes indivisibles,
momentos de vivir y morir en la frontera de la existencia y el tiempo sin
tiempo, donde el Uno respira sin ningún suspiro.
La
oración del silencio de la palabra silenciada es vaciar el cántaro de
toda carga del pensamiento de emociones y sólo dejar que fluya la
luz.
En ese segundo de la eternidad,
de ese límite, es cuando el piloto recibe una orden que transmite al jefe del
operativo: “tengo orden de trasladar al detenido a la Base Aérea de Morón”. El
jefe del operativo guarda la caja y habla con el piloto, no puedo escuchar que hablan,
es casi un susurro.
El avión
cambia el rumbo dejando atrás el Río de la Plata hacia el destino indicado y
aterriza en la Base. La espera es larga y tensa en el tiempo sin tiempo que
altera el ritmo del vivir o morir, el límite es ínfimo. Llega la orden,
trasladar al prisionero a la Unidad 9 de La Plata, cárcel de máxima seguridad.
El vuelo de
Air France 418 está por aterrizar en el aeropuerto internacional de Ezeiza.
Después de casi 14 horas de vuelo, es otro 5 de mayo a 35 años de
distancia, han pasado muchas luces y sombras, dolores y alegrías,
caminos recorridos y otros por recorrer con nuestros pueblos del que somos
parte y todo.
El pasado es presente, las
heridas duelen y buscamos sanarlas, la Verdad y la Justicia caminan del
brazo lentamente, pero caminan. Los pueblos y miles de víctimas reclaman sus
derechos. El mundo, el continente, el país han cambiado, quedan las huellas y
memoria de lo vivido y la resistencia y la lucha que no ha terminado.
Salgo del
aeropuerto y respiro profundamente, el aire es fresco y el sol nos anuncia un
nuevo día. Voy conversando con el chofer y le pregunto: ¿Que tal las cosas por
aquí?- Ayer hubo una gran tormenta con muchos destrozos, voladuras de techos y
árboles caídos; hoy las cosas están tranquilas, ha salido el sol.
Me quedo con esto.
Hay que seguir andando, siempre
con esperanza de un mundo mejor.
No te
olvides de sonreír a la vida, a pesar de todo, siempre sale el sol.
Adolfo Pérez Esquivel