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Por Osvaldo Bayer
Como era de esperar, después del
ataque de los Martínez de Hoz que nos iniciaron juicio, ahora nos atacan los
Grondona. Los primeros por “agraviar a la familia”, los segundos, por tratar de
bajar del pedestal al genocida general Julio Argentino Roca quien, para ellos,
es un signo irrefutable de virilidad, de talento liberal positivista y guardián
del orden y de las fortunas de los que las merecen. Dice Mariano Grondona en La Nación del 2 de octubre, en
una nota titulada “La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento”: “El
escritor Osvaldo Bayer ha propuesto retirar la estatua de Roca de la ciudad de
Buenos Aires porque en su opinión fue ‘el Hitler argentino’”.
Le solicito a Mariano Grondona que presente
prueba de ello, que cite el lugar donde dice que yo sostengo eso. Fue muy
distinto. Ante los que sostienen lo siguiente y ante las pruebas históricas:
“Está bien, Roca habrá matado a unos miles de indios y a otros miles los
esclavizó mandándolos a la isla Martín García a construir fortificaciones, o a
Tucumán a trabajar el azúcar, pero fue quien dio impulso a los ferrocarriles,
aprobó la ley 1420 e hizo obras que todavía se pueden ver”. Y yo les contesté:
es el mismo argumento fuera de toda ética que sostienen los historiadores
nazis: “Está bien, Hitler habrá matado a dos millones o seis millones de
judíos, pero eliminó la desocupación en Alemania de diez millones de personas
sin trabajo, creó colonias de vacaciones para madres solteras y lugares de
recreo para los niños”. Fíjese el lector lo que sostiene Félix Luna –a quien
Grondona en su nota califica de “verdadero historiador” en “su espléndida
biografía de Roca” en su libro Soy Roca–. Aquí va la cita: “Roca encarnó el
progreso, insertó a la
Argentina en el mundo, me puse en su piel para entender lo
que implicaba exterminar a unos pocos cientos de indios para poder gobernar.
Hay que considerar el contexto de aquella época en que se vivía una atmósfera
darwinista que marcaba la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la
raza blanca. Con errores, con abusos, con costos, hizo la Argentina que hoy
disfrutamos: los parques, los edificios, el palacio de Obras Sanitarias, el de
Tribunales, la Casa
de Gobierno”. Hasta ahí Félix Luna, textual.
Es la misma argumentación, justificar crímenes
mostrando el plano bello de genocidios atroces. Con un grupo de historiadores hemos
publicado el libro Historia de la crueldad argentina, que está sembrado de una
documentación fielmente legítima, donde demostramos el racismo inaceptable de
Roca con respecto a los pueblos originarios, a través de sus discursos y
cartas, y el gran negociado que significó la denominada “conquista del
desierto”, donde se repartieron las tierras ocupadas por los pueblos
originarios durante siglos, que fueron a parar a manos de miembros de la Sociedad Rural
Argentina, la misma que hoy representa los intereses de los grandes hacendados.
El mismo Roca aceptó una impresionante extensión de tierra regalada por el
gobierno después de su campaña de exterminio y fundó la estancia La Larga, cercana a Guaminí.
El cuadro que nos pinta Grondona de lo que fue el
genocidio indígena es hasta idílico. Lea esto el lector (textual):
“... Roca, en vez de ser un despiadado genocida,
pactó la paz con casi todas las tribus invasoras”. Si hasta parece una campaña
“bucólica” la de Roca. Al finalizar su campaña, dirá Roca ante el Congreso: “La
ola de bárbaros que ha inundado por espacio de siglos las fértiles llanuras ha
sido por fin destruida. El éxito más brillante acaba de coronar esta
expedición, dejando así libres para siempre del dominio del indio estos
vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas
al inmigrante y al capital extranjero”. Había triunfado el pedido que la Sociedad Rural
había solicitado al gobierno nacional, ya en 1870, instando a la represión de
los “indios salvajes” con la firma de Martínez de Hoz, Amado, Leloir,
Temperley, Atucha, Ramos Mejía, Llavallol, Unzué, Miguens, Terrero, Arana,
Casares, Señorans, Martín y Omar, Real de Azúa. Apellidos bien conocidos.
A Grondona lo invitaría a leer su propio diario, La Nación, cuando transcribe
una crónica llamada “Sesenta indios fusilados”, del 16 de noviembre de 1878 y
el editorial “Impunidad”, del 17 de noviembre del mismo año, donde queda clara
la crueldad y el crimen que se cometía con los prisioneros que se tomaban. Todo
esto está en el profundo trabajo de Diana Lenton en “Cuestión de indios”,
publicado en el libro Historia de la crueldad argentina. Y sobre la falta
absoluta de ética y de respeto por los derechos humanos alcanza sólo con leer
la nota del diario El Nacional, del 31-12-1878, titulada “Entrega de indios”:
“Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las
familias de esta ciudad por medio de la Sociedad de Beneficencia”. Y el mismo diario trae
esta crónica que verdaderamente da vergüenza: “Llegan los indios prisioneros
con sus familias. La desesperación, el llanto no cesa. Se les quitan a las
madres indias sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos,
los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las
mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros miran
resignadamente al suelo, la madre india aprieta contra el seno al hijo de sus
entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los
avances de la civilización”. Roca, occidental y cristiano.
Grondona, en su nota, nos sigue describiendo todo
como si Roca hubiera sido un enviado celestial. Escribe:
“En 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban”. Todo un caballero este Roca, mesurado.
“En 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban”. Todo un caballero este Roca, mesurado.
Sí, Roca y Avellaneda restablecen de hecho la
esclavitud en la Argentina,
la cual había sido eliminada por los patriotas de Mayo en 1813. Claro, total
eran indios y sus mujeres sólo “chinas”, como aparece en los comunicados
oficiales.
Grondona trata de llevar el tema al clima
político actual señalando que nosotros queremos poner a Kirchner como monumento
en vez de Roca, allá en la
Diagonal Sur. Nada de eso. Desde hace una década un conjunto
de historiadores y sociólogos –acompañados por un auténtico pueblo– estamos
pidiendo que en vez del genocida se ponga allí la figura de la mujer de los
pueblos originarios. Porque en su cuerpo se creó el mestizo, el criollo,
nuestro soldado de la
Independencia, y cómo sufrió esa mujer cuando le quitaron a
sus hijos para enviarlos a las familias de “bien” como “mandaderos” y a ellas
como sirvientas. Un anticipo de lo que hicieron los militares de Videla, con el
robo de niños a las prisioneras.
Puede haber tal vez en Santa Cruz algunos que pidan
eso del monumento a Kirchner, pero yo soy partidario de que a las figuras
públicas hay que darles un plazo de cincuenta años después de su muerte antes
de entronizarlos, para que sean las próximas generaciones las que dictaminen si
su obra merece el bronce.
El que en ese sentido bate el tambor de la
oposición, el también grondoniano Luis Alberto Romero, y desde las páginas de La Nación, esta vez desde la
primera plana, se largó en el título “Bajen a Roca, alcen a Néstor”. Claro, ya
es llevar un tema histórico, y meter a quienes no quieren el bronce para un
genocida, en un apriete de la política actual, o hacer creer que la discusión
de si Roca fue un genocida o no es meterla en la cocina de la politiquería del
momento, poco antes de las elecciones. Así escribe Romero algo que no condice
con la verdad: “Esta suerte de beatificación de Kirchner se une ahora con la
execración de Roca”. No, no es así. Como decimos. Hace una década comenzamos
junto al monumento a Roca a leer documentos históricos sobre el genocidio de
nuestros pueblos originarios y la actuación de Roca. Y sosteníamos y sostenemos
que ese monumento es un insulto a la mayoría del pueblo argentino que tiene
algo o mucho de sangre de los pueblos originarios. Leímos principalmente sus
expresiones racistas y cómo llevó a cabo el genocidio, en contraposición de
grandes libertadores como Mariano Moreno, Juan José Castelli, Juan Bautista
Alberdi y muchos más. No lo hicimos ni para ganar votos electorales ni cargos
en la administración pública. Lo hicimos para que en nuestro país, por fin, se
tenga como principio en la
Historia y la
Política, la palabra Etica.
Al final de su amplísima nota a todo trapo con
caricaturas de Roca y el matrimonio Kirchner, Romero de alguna manera reconoce
el infame crimen de Roca con unas disculpas no muy claras. Dice: “En cuanto a
los pueblos originarios ciertamente hoy no aprobaríamos la manera como los
trató Roca...”. No, diga el señor Romero: cómo los mató o esclavizó Roca”.
Porque esa es la verdad.
Mientras tanto, el más grande monumento de Buenos
Aires sigue siendo el del genocida Roca. Y eso que fue creado por un gobierno
no democrático: el de la
Década Infame, de Justo-Roca, sí, siendo vicepresidente el
hijo de Roca, Julio Argentino Roca (h). El gobierno del fraude patriótico. Y
fue inaugurado por Castillo en 1940. Hasta eso. Pero nadie se atreve a tocarlo.
Y sigue la represión contra nuestros pueblos originarios, véase Jujuy y
Formosa. Sepamos reaccionar. La historia no justifica ningún crimen. Pueden
pasar décadas, o siglos, pero finalmente siempre triunfa la Etica.