Por Carlos Aznárez, Resumen Latinoamericano/ 07 de Diciembre 2015.-
Venezuela instalada en el peor de los escenarios interpela a la
conciencia de muchas y muchos latinoamericanos. ¿Qué ha ocurrido para
que una oposición mediocre, sin programa político más allá del odio y el
revanchismo contra todo aquellos que sea chavista, haya podido
conseguir unos resultados de tanta holgadez que prácticamente los coloca
en la puerta de obtener el gobierno?
Sin duda son varias las razones que fueron generando este presente,
unas provocadas por el enemigo y otras muy ligadas a las propias
contradicciones y errores de un proceso revolucionario, del que nadie,
absolutamente nadie, está excento.
Tiene razón Nicolás Maduro cuando señaló en la madrugada del 7D que
por sobre todas las cosas triunfó la guerra económica, y con ella puso a
la contrarrevolución al borde de asaltar ese poder tan deseado por sus
monitores de Washington. Una guerra que prácticamente se convirtió en
estos dos últimos años en un bloqueo gestado desde adentro mismo del
país para minar día a día, hora a hora, la voluntad de resistencia de
quienes, dentro del propio pueblo venezolano, batallaron heroicamente
contra el paro petrolero del 2002 y así hasta la fecha.
“Guerra”, se pronuncia fácil esa palabra cuando no se la vive en lo
cotidiano: madres deseosas de dar de comer a sus hijos soportando
largas colas, llenando sus bolsas no de alimentos sino de frustraciones
continuas ante la falta de leche, harina pan, papel de baño, jabón, y
tantos otros artículos que se escamotean con criminal insistencia.
Contrabando hacia Colombia, llevándose lo que en cada ciudad escasea.
Hay que haberlo vivido para saber que la bronca que estas situaciones
producen, apuntan casi siempre hacia arriba, no para denunciar
solamente a los gestores reales de estas estrategias letales,
empresarios millonarios e inescrupulosos ligados a la oposición más
cerril, sino que también, casi lógicamente, el desánimo suele poner al
gobierno en la mira. Es indudable que un pueblo, con el nivel de
conciencia adquirido en estos 15 años de Revolución, se plantee exigir a
su Gobierno que tome las riendas en sus manos, que aplique toda la
dureza necesaria para que los que se enriquecen con el dolor de los más
humildes no sigan humillándoles, que si hay que nacionalizar, expropiar y
llenar las cárceles de desabastecedores no le tiemble la mano. Que se
suba un escalón más y se nacionalice el Comercio Exterior para ir
reparando los daños causados por problemas estructurales que se vienen
arrastrando desde la Cuarta República.
La capacidad de comprensión de estas demandas urgentes, formuladas
una y otra vez, generan un pozo de desesperanza cuando no se obtienen
respuestas, y de allí a desmovilizarse -física o mentalmente- hay un
solo paso, y la oposición, impulsora directa de todos estos climas, supo
aprovecharse de los mismos. Sólo basta imaginar que de ese 25 por
ciento de ciudadanos que se abstuvieron, un buen porcentaje son
chavistas, que sin pasarse directamente a la derecha, sí quisieron
protestar a su manera contra un gobierno que paradójicamente es el que
más ha hecho por ellos en el último siglo.
Pero hay más razones, que son similares a lo que han venido
sufriendo todos los procesos progresistas y revolucionarios del
continente. El terrorismo mediático, claro que sí. Esa andanada
mortífera de mentiras lanzadas por los medios locales y externos,
creadores de “escenarios” como pocos, gestores de iniciativas
desesabilizadoras o maestros en la creación de “liderazgos”, como el
realizado con el golpista Leopoldo López, o apelando a la
institucionalización del “ victimismo”. Allí está el ejemplo de la
esposa del reo, Lilian Tintori, a la que el dinero a raudales invertido
por la coalición antichavista internacional (los Aznar, los Felipe
González, los Pastrana o los Tuto Quiroga y Uribe Vélez) sirvió para
pasearla por todo el mundo, a efectos de provocar adhesiones en su
cruzada contra “el dictador Maduro”.
Todos estos elementos son un detalle que quizás no hubieran
alcanzado para llegar hasta este presente, si detrás de cada una de las
jugadas contra el gobierno venezolano no estaría el Imperio y una larga
lista de cómplices, entre los que el fascismo español ocupa la
delantera. Es precisamente ese protagonista tan especial, que desde el
mismo momento en que Hugo Chávez llegó al gobierno, puso en marcha todos
los mecanismos para lograr su derrocamiento. De idéntica manera pero
con diferentes resultados a lo que intentaron hacer con la Cuba de Fidel
y Raúl.
Ese imperio es, no hay que olvidarse, el enemigo principal de la
Revolución que ahora está al borde del precipicio, pero a la vez debería
ser la matriz que provoque un gigantesco y urgente esfuerzo de
reconstrucción de las fuerzas populares para enfrentarlo en todos los
terrenos posibles. No es que se haya perdido una elección, sino que se
puede perder una Revolución, y eso sí que cuesta años o a veces siglos,
si se piensa en recuperar un escenario similar.
Todo indica que no hay que bajar los brazos ni caer en depresiones
paralizantes, aún “tenemos Patria” y a la vez se corre contra reloj,
como para titubear o sumergirse en propuestas tibias, claudicantes,
socialdemócratas, que suelen abundar en las entrañas del Proceso,
inducidas por “asesores” europeos que en sus países son poco y nada. Se
trata de defender todas las conquistas alcanzadas, las Misiones, la
Educación, las viviendas, la tierra repartida. Contra todo ello
embestirá sin dudas, con desprecio y prepotencia racista,
ese “universo” que representa la oposición derechista que ahora ha
llegado con fuerza a la Asamblea Nacional. Entregarles las conquistas,
sería suicida. Endurecer el proceso revolucionario, escuchar lo que se
grita en barrios y parroquias, ir por todo, a pesar de las
circunstancias, quizás no resulte exitoso, pero vale la pena intentarlo.
Existe un liderazgo, Nicolás Maduro, el hombre en el que el Comandante
Chávez depositó todas sus esperanzas y confianza. El jefe de un ejército
de humildes y patriotas que ha sabido cumplir con la difícil tarea, a
pesar de los pesares. Qué más se necesita para empinarse de valor y
pegar un volantazo, con el pueblo movilizado en la calle. Aún estamos a
tiempo, y vale la pena recordar en estas duras circunstancias, aquella
frase premonitoria pronunciada por Fidel después del desembarco del
“Granma”: “tenemos 10 hombres y 10 fusiles, vamos a ganar la
Revolución”.A casi 57 años de esa gesta, Cuba sigue de pie.