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Por Matías Nahuel Busso* l “Pero en esa división lo importante es construir el “otro”, el enemigo a combatir, construir un estereotipo de sujeto sacrificable, y a través de un discurso estigmatizador y de emergencia, construir sujetos que no tengan derechos a nada”.
Lino Villar Cataldo, médico cirujano, 61 años. Su nombre resuena
porque tras intentar ser asaltado en la localidad de Loma Hermosa, le
disparó al supuesto delincuente cuatro tiros certeros al cuerpo.
Daniel Oryarzún, de profesión Carnicero (conocido mediáticamente como
“el Carnicero de Zarate”). Luego de ser asaltado en su negocio,
persigue con su auto a los delincuentes y atropella contra un poste a
Brian González. Como si ello fuera poco, junto a un grupo de “vecinos”,
comienza a golpearlo cuando agonizaba debajo del auto. El joven de 25
años muere horas más tarde en el Hospital de Zarate, producto de los
politraumatismos ocasionados. En el video se escucha a Daniel Oyarzún
decir: “La concha de tu madre, te mato. No me importa ir preso”.
Estos hechos podrían encuadrarse como situaciones extremas que son
sintomáticas de una sociedad enferma (crítica que se ve en la película
de Damián Szifrón “Relatos Salvajes”). Hechos sobre los cuales una
sociedad democrática no podría más que esbozar una condena contundente, y
que debieran analizarse como fallas de un sistema y no de un
determinado gobierno.
Sin embargo, las declaraciones de las máximas autoridades en la
materia transformaron estos hechos en una cuestión de Estado, en una
bandera de la nueva Administración, que abona al clima enrarecido de
represión que se vive en estos últimos meses.
Si bien ante estos hechos
siempre se escucharon voces disonantes y justificadoras de los
linchamientos, especialmente desde los medios masivos de comunicación,
en esta ocasión, ese discurso, emanó del Presidente de la Nación y de su
Ministra de Seguridad. La Ministra Patricia Bullrich en el contexto del
suceso del médico dijo: “no hay que confundir víctima con victimario”; y
el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, en uno de sus discursos
expresó: “nosotros reconocemos que hay inseguridad, antes nadie decía
nada. Y quiero decir algo más, el carnicero debería estar en su casa con
su familia, porque es una persona sana, querible, reconocida por la
comunidad”.
Con esas palabras los funcionarios transformaron esos hechos
lamentables en una cuestión de Estado, sentaron una posición y bajaron
una línea, no sólo a sus funcionarios sino a toda la población.
En primer lugar, establecieron una división tajante en la sociedad,
una brecha entre los “buenos vecinos” y los “enemigos”, un “nosotros”
(que debe ser defendido y defenderse), el carnicero sano, querido y
reconocido por la comunidad, que puede perseguir a una persona en el
auto, atropellarla y rematarla en el suelo para recuperar lo suyo.
El buen vecino, el padre de familia, el ciudadano que paga impuestos y
que tiene derecho a hacerse de la vida de los demás para defender su
propiedad y familia. Ese sujeto, que en toda matanza colectiva está
presente, y que Hannah Arendt en “Eichmann en Jerusalen” explicó a
través de la banalidad del mal. La filósofa sostenía cómo el peligro
detrás de los grandes genocidios no estaba en los líderes mesiánicos,
sino en el hombre común, el padre de familia como el gran aventurero del
siglo XX.
Pero en esa división lo importante es construir el “otro”, el enemigo
a combatir, construir un estereotipo de sujeto sacrificable, y a través
de un discurso estigmatizador y de emergencia, construir sujetos que no
tengan derechos a nada. Aquellos seres sacrificables, que Giorgio
Agambem llamó Homo Saccer [1]. Son sujetos que, luego de un proceso de
estigmatización, no tienen más derechos, son Nuda Vida [2]. De ellos el
derecho penal se alimenta, ya que la pena es más heredera del sacrificio
medieval, que de la justicia retributiva.
El chivo expiatorio es imprescindible para el discurso punitivista y
también lo es para las políticas de ajuste económico, para que, en
momento de malestar social, estos sacrificios sirvan para aliviar a la
sociedad: o son los extranjeros, o los jóvenes de las barriadas.
Y nos presentan el tema de la inseguridad como una guerra, como lo
son en general todas las políticas de los gobiernos demagógicos. Todas
sus políticas son guerras que desencadenar: la guerra a la corrupción,
la guerra narcotráfico (que lo único que hace, es agregarle al negocio
del narcotráfico el negocio de la guerra) con operativos espectaculares y
declarando la emergencia en la materia. En esta idea de guerra, se está
de un lado o del otro, y es más importante incluso perseguir a los
defensores de los “delincuentes”, que a los “delincuentes” mismos. Por
eso la insistencia en denostar a teóricos y juristas críticos del
populismo punitivista y defensores de los derechos humanos.
Por otro lado, tenemos que pensar, que si ese mensaje es el que se le
da al conjunto de la sociedad, ¿cuál creen qué es el mensaje que
reciben las fuerzas represivas, las encargadas de hacer el trabajo sucio
en esta cruzada contra el delito? Por eso, no debe extrañarnos y
resulta consecuente que veamos acrecentar los casos tortura, represión y
violencia institucional por parte de las fuerzas de seguridad.
Es necesario que demos discusiones profundas al respecto, que no las
resignemos en pos del oportunismo político, porque el avance de la
violencia y el odio en la esfera de lo cotidiano es una de las
principales causas de destrucción del tejido social. El avance de lo
represivo y de lo punitivo destruye los lazos de solidaridad y los
sustituye por otros autoritarios y egoístas. Y por otro lado, la
hegemonía del discurso represivo genera una reasignación de recursos que
subvierte las prioridades: cuando el estado no aparece como escuelas,
hospitales o generador de políticas sociales y de empleo, aparece como
policía.
1 En «Homo Sacer», Giorgio Agamben habla de la figura del derecho
romano que se aplicaba a aquellos sujetos cuya vida, tras haber cometido
un delito, estaba expuesta al poder soberano. El homo sacer no podía
ser sacrificado, pero podía ser asesinado sin impunidad, ya que su
muerte no tenía valor alguno. Esta figura, que Agamben recupera para
hablar de los parias del siglo XX –masas exterminadas que no llegan a
ser sujetos políticos, sino mera vida física– sitúa al individuo al
margen, entre la ciudadanía y la vida social.
2 Nuda Vida es aquella a la que cualquiera puede dar muerte sin
cometer delito pero que no es sacrificable. El Homo Sacer, es la
representación hecha carne de la nuda vida, aquél individuo que ha sido
juzgado por el pueblo debido a un delito cometido por él, pudiendo darle
muerte cualquiera sin ser considerado homicida.
*Abogado de FIDELA (Formación Investigación y Defensa Legal Argentina) y de casos de Violencia Institucional
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)