El crucifijo que
regaló Evo Morales al Papa ha desencadenado un aluvión de comentarios.
Muchos medios y las redes sociales se han prodigado en críticas,
descalificaciones y hasta furibundas reacciones. “Crucifijo comunista”, “oxímoron”, “regalo insultante” han sido algunas de las expresiones más benevolentes. No acostumbro a sumarme sin más a la
corriente imperante y menos en este caso donde detrás de las críticas hay ideología, no precisamente en la mejor de sus acepciones, y falta de
conocimiento, por no llamarle ignorancia.
Para entender el gesto de Morales, es importante, saber que el
regalo en cuestión es reproducción de un tallado hecho por Luis Espinal,
el mismo jesuita homenajeado por el Papa. Él talló esa imagen en madera
y decidió colocar allí el Cristo de la cruz que recibió cuando hizo sus
votos. Un gesto muy significativo, porque ponía en contacto el centro
de su vocación, Cristo, con el emblema de una ideología que era motivo
de muchas de sus inquietudes.
Con el crucifijo de marras, se ha puesto
de manifiesto que probablemente se conoce poco de Espinal o que se
olvida deliberadamente aspectos esenciales de su vida por incómodos.
Espinal no murió por casualidad, fue secuestrado, salvajemente torturado
en un matadero, asesinado a sangre fría y finalmente su cadáver fue
abandonado en un basurero, como desecho de una sociedad que castiga a
quien no le sirve.
Espinal murió a consecuencia de una vida
coherente con el Evangelio, denunciando la injusticia, defendiendo los
derechos de las personas, violados sistemáticamente por los poderosos.
Murió porque peleó contra la injusticia y del lado de las víctimas,
murió porque hubo personas dispuestas a crímenes atroces con tal de
proteger sus privilegios.
A los personajes proféticos, las
sociedades se las arreglan para domesticarlos. De Luis Espinal se
preferiría hacer un mártir descafeinado, quitándole todo lo que incomoda
para hacerlo inocuo y dejarlo listo para consumo masivo: una estampita
de adorno. El incidente del crucifijo ha puesto en evidencia que muchos
recuerdan a Lucho, pero no su significado. Un simple símbolo ideológico
ha provocado revuelo y la indignación de algunos, esos a los que no les
llama la atención, mucho menos les parece incoherente, un Cristo
crucificado en una cruz de oro y piedras preciosas.
Si Luis Espinal sobrevive en nuestra
memoria no es para tranquilizar conciencias, darnos una palmada en el
hombro mientras ante la injusticia preferimos mirar para otro lado. Su
vida, escritos y arte, también el controvertido crucifijo, están ahí
interpelándonos. Luis nos recordará siempre, una y otra vez, a todos los
creyentes que “una religión que no tenga la valentía de hablar a favor del hombre, tampoco tiene derecho de hablar a favor de Dios”.