El pasado viernes cantó y celebró entre los afectos y la
admiración de quienes lo consideran un referente de trabajo y coherencia a
favor de la justicia. La historia de una persona dedicada al bien común.
Por Silvia Carafa / La Capital
Se mueve satisfecho entre los
recuerdos que testimonian sus hazañas viajeras, los muestra y evoca, hay
tapices, libros, fotografías y artesanías llenas de color, como los países
latinoamericanos y caribeños en los que comenzó su compromiso con los derechos
humanos. Suena Wagner desde un disco de vinilo mientras señala lo bien que le
sientan al lugar las plantas que tanto aprecia. Es el obispo emérito Federico
Pagura quien oficia de guía de su propia trayectoria donde el pasado no existe.
Se transmuta. Todo parece vívido, latiendo en tiempo presente. El viernes la
vida le regaló 90 años y él no se quedó atrás. Cantó y celebró entre los
afectos y la admiración de quienes lo consideran un referente de trabajo y coherencia
a favor de la justicia desde la Iglesia Evangélica Metodista. En su opinión, la
civilización tal como se conoce, está dando estertores y debe surgir una nueva
relación entre los hombres que no les haga derramar sangre, sudor y lágrimas
para subsistir. "Latinoamérica va por buen camino", profetiza.
"Este libro es para La
Capital, lo presentaron en diciembre pasado en el Museo de la Memoria",
dice Pagura para abrir la charla mientras extiende "Alborada de
esperanza", el texto que Carlos Sintado y Manuel Quintero Pérez, también
metodistas, hicieron sobre su vida. El título lo pinta de cuerpo entero porque
Pagura considera clave a esta categoría teológica y hasta lamenta en un tango
de su autoría que tradujeron a decenas de lenguas en todo el mundo. "La
canción habla de Jesús sin nombrarlo", aclara el obispo que además de
componer canciones, escribe poesías.
Pagura dedicó su vida al bien
común y, como dice el Evangelio, recibió ciento por uno. Con nueve décadas a
cuestas sigue estudiando, trabajando, visitando gente, integrando grupos
internacionales e interesándose por sus vecinos. Hace gimnasia acuática en Tiro
Suizo y no tiene problemas en afrontar las tareas domésticas. Está impecable y
lo atribuye a una vida "metódica, tal como dice nuestro nombre",
bromea y se asume como de costumbres austeras y orgulloso de la familia que
formó junto a su esposa Rita, ya fallecida, sus hijos, Rubén, actor premiado en
Guatemala donde vive, Charly, contrabajista en la sinfónica de Rosario, y Ana
Rita, docente y psicóloga en la localidad de Las Rosas. Cuatro nietos y dos
bisnietos completan el universo de sus afectos que sobrevuela la casa sencilla
del sur de Rosario, donde vive.
—¿Fue la realidad la que
lo interpeló para denunciar las injusticias? Como decía el obispo Enrique
Angelelli, un oído en el Evangelio y otro en el pueblo.
—Sí. Siempre recuerdo un viaje en
Costa Rica donde vi a los indígenas llevando cargas muy pesadas. Uno de los
mejores teólogos metodistas de los Estados Unidos, que allí no fue muy
escuchado, nos enseñaba para estudiar la realidad con el diario y la Biblia.
Desde Suiza, Karl Barth decía que no se puede interpretar el Evangelio si no es
desde la realidad del pueblo. Mi vida cambió por ese período que yo pasé en
América central, porque vi el sufrimiento de tanta gente, la insensibilidad de
tantos gobernantes, dictaduras en plena marcha como Guatemala y El Salvador,
las más sangrientas, donde trabajé con Rigoberta Menchú.
—¿Cuáles son hoy los
signos de los tiempos?
— Estamos en una crisis de civilización.
Esta civilización dio todo lo que podía y va llegando a su fin. Ya no está en
condiciones de seguir manejando en la forma en que está estructurado el mundo
contemporáneo. Por eso creemos en la participación de los pueblos, en la
transformación y, en ese sentido, las iglesias están llamadas a ser
instrumentos de iluminación y orientación para participar en esta
transformación de la civilización actual que, repito, no da más.
—¿En esta civilización
que está dando estertores, quién dirige la batuta?
—El imperio anglosajón con un
poder cada vez más concentrado en Estados Unidos. A pesar de que tengo dos
títulos doctorales allí soy el primer crítico porque no basta decir somos
cristianos porque juramos sobre la Biblia. Es la vida, la conducta y la política
que se lleva adelante lo que determina si somos o no cristianos. Israel y
Estados Unidos hacen lo que se les antoja, pueden reunir todas las bombas
atómicas pero tienen a los otros en la mira.
—¿En este escenario, cómo
ve a Latinoamérica?
—Es un momento muy positivo,
vamos a cosechar el fruto del trabajo de muchas generaciones que ha costado
mucha sangre, la del texto las Venas Abiertas, de Eduardo Galeano. Sus
gobernantes están logrando superar sus diferencias en lo secundario para
descubrir lo importante y lo central y en torno a eso van construyendo la
unidad latinoamericana y caribeña que era el sueño de los próceres. Soy un
admirador de San Martín, Bolívar, Artigas y Martí, los va a encontrar en mi
poesía. Ahora, , aprendí mucho observando el pensamiento de (Hugo) Chávez. Al
principio pensé... un militar más. Después me di cuenta de sus conocimientos,
más allá de la forma de expresarse.
—A usted se lo valora por
su coherencia. ¿Es un buen eje para no perder el rumbo?
—Por supuesto. Y fíjese que nunca
me afilié a ningún partido político, según donde estoy me afilian (risas). Yo
soy cristiano desde la cuna; esa es mi fe que me lleva a preocuparme por la
vida espiritual de cada ser humano, lo social y lo político. Mi abuelo Natalio
Pagura, también metodista, descubrió que tenía un don especial de sanidad, como
el padre Ignacio. Al final de su vida tenía pila de correspondencia de gente
que se había curado. El decía: "Yo no sano a nadie, yo despierto la
fe".
—¿Qué dice la fe a la
gente?
— Las iglesias están llamadas a
ser proféticas, como los que siete siglos antes de Cristo ya enseñaban lesiones
de ética, política, acción social y servicio a la justicia. El grito que se dio
en Porto Alegre (Brasil) con la conferencia "Otro mundo es posible";
es muy cierto, hay que moverse para lograrlo, estas estructuras ya no dan más.
Un hombre nuevo haciendo una nueva realidad. Sino, no marcha y sería sólo una
experiencia religiosa egoísta centrada en sí mismo.