Julio C.
Gambina
(especial para ARGENPRESS.info)
Como parte de ese monto, la zona del euro le aportará
al organismo 200.000 millones, de los cuales, los españoles se comprometieron
con 18.800 millones. Es sabido que Europa y el euro estuvieron en el centro de
los debates, por la crisis y el ajuste que ella supone. Así y todo, los
gobernantes de la eurozona transferirán nada menos que 200 mil millones de
dólares al FMI…, para prestarle a los “países en problemas”. Suena increíble
pero es verdad.
La crisis se manifiesta en crecimiento del desempleo,
la marginación, el empobrecimiento, y dificultades de la población de menores
ingresos; y la solución es acrecentar la capacidad de préstamos del FMI. Si hay
un organismo responsable de la crisis en curso es precisamente el FMI.
Sorprende que países como Brasil e India, con inmensos
bolsones de pobreza y atraso, cada uno aportará 10.000 millones de la moneda
estadounidense al Fondo; igual que Rusia con una cifra similar. China, otro que
concentra inmensa población empobrecida contribuirá con 43.000 millones; y
Sudáfrica con 2.000 millones. Imaginemos esos fondos aplicados a políticas
alternativas en beneficio de los más necesitados entre los pueblos de esos
mismos países.
Todos ellos son los países BRICS (Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica), los “emergentes” que están de moda; los que se
supone disputan la hegemonía mundial desde su lugar ascendente en la economía;
que obviamente incluye el financiamiento de la crisis.
Alguna vez mencionamos que la categoría “emergente”
supone una calificación funcional a las necesidades de inversión del capital
global. Se es emergente ante la vista del inversor que busca niveles adecuados
de rentabilidad. En la crisis “emergen” ciertos países, donde conviene
invertir.
Son emergentes para los inversores. No es una calificación
que destaca virtudes sobre las condiciones de vida de la población, sino que
apuntan a virtudes requeridas por los capitales en búsqueda de ganancias,
precisamente en momentos de crisis, donde el eje es la dificultad para
valorizar a los capitales.
Otros emergentes también aportan, tal el caso de Corea
del Sur, que aportará 15.000 millones de dólares; México lo hará con 10.000
millones; Turquía con 5.000 millones; y Colombia con 1.500 millones.
Por su parte, Japón se anotó con 60.000 millones, y
EEUU se abstuvo de aportar en la ocasión, en un claro acto de transferencia de
los costos de la crisis mundial al resto del mundo.
El G20 recapitaliza al FMI, tal como ya hizo en
ocasiones anteriores, ahora con 456.000 millones de dólares. ¿Para qué? Para
prestarle a los países endeudados (“países con problemas”), para que puedan
cancelar sus deudas con los bancos y aportar al salvataje del sistema bancario
en crisis.
La voz de los “20”, más allá de altisonantes
declaraciones a favor del “crecimiento y del empleo”, volvieron a salvar a los
bancos en problemas, y lo hicieron con recursos públicos.
El Estado salió nuevamente a resolver los problemas
del capitalismo en crisis. ¿No era que había que evitar la participación del
Estado en la Economía? ¿Dónde quedó el credo liberal, o neoliberal? ¿Son todos
keynesianos? Keynes era un neoclásico, que pensó en la renovación del
pensamiento hegemónico ante la crisis para salvar al capitalismo en la década
del 30 del Siglo XX; que ahora se manifiesta como un modo de pensar
“pragmático” en la coyuntura de la recidiva crisis del capitalismo.
Todas las fichas al crecimiento
Lo que hay que salvar es el funcionamiento del
capitalismo, y por eso las llamadas a la salida de la recesión o desaceleración
económica. El G20 se pronuncia por aplicar “políticas de crecimiento”, como si
cualquier crecimiento fuera bueno en sí mismo.
Es algo a interrogar a los ambientalistas reunidos en
Río de Janeiro a propósito de la contaminación de la “cidade maravilhosa”, con
la Bahía de Guanabara “poluída” (altamente contaminada), situación similar a lo
que ocurre en las grandes ciudades de nuestramérica (de la crónica de María
Elena Saludas, participante de la cumbre popular en Río+20).
Vale la crónica ya que una de las propuestas del G20
se concentra en la inversión para infraestructura, que suena muy bien a los
oídos “keynesianos, desarrollistas, o neo desarrollistas”, que asocian
“inversión” con “crecimiento” y “bienestar”.
Así se justifica la inversión en infraestructura para
saquear las riquezas naturales de nuestramérica, para lo que vale recordar la
vieja “conquista”, y por qué no, la nueva aventura por la mega minería a cielo
abierto, o la sojización de los países del Mercosur, proceso que entre otras
cuestiones, desestabiliza al presidente paraguayo, tal como denuncia Idilio
Méndez en su artículo: “Monsanto golpea en Paraguay: Los muertos de Curuguaty y
el juicio político a Lugo”.
Es Monsanto la misma empresa que enorgulleció a la
presidente de la Argentina en la reciente reunión en Nueva York con los
empresarios estadounidenses, donde se conocieron las inversiones de la
transnacional por 150 millones de dólares en las provincias de Córdoba y
Tucumán.
¿Estamos contra el crecimiento y las inversiones? No.
El problema es que no se trata de cualquier crecimiento, ni de cualquier
inversión. Si la inversión capitalista se define por la obtención de ganancia
del inversor, resulta conveniente discutir bajo qué circunstancias se define la
inversión capitalista, especialmente cuando se alude al capital global.
El G20 apunta a la búsqueda de nuevas fuentes de
rentabilidad del capital, y no necesariamente a satisfacer necesidades de la
población.
En los medios de comunicación y en la sociedad se
instaló un debate donde los “buenos” son los que recomiendan políticas de
crecimiento, entre los que estaría EEUU (Obama necesita un repunte económico
para ganar un segundo periodo en las próximas elecciones de renovación
presidencial en noviembre) y los países emergentes (recordar el significado de
emergente); y los “malos” los que sostienen políticas de austeridad y ajuste,
especialmente Europa, y más precisamente Alemania.
Entre los primeros están los críticos de las políticas
neoliberales, aunque no tengan reparos a la hora de otorgarle 456.000 millones
de dólares al FMI para facilitar créditos condicionados a los países en
problemas. Son condicionamientos que incluyen la campaña electoral, como en
Grecia, donde el FMI chantajeó para que la Izquierda Radical no triunfara en
las elecciones recientes, claro que fue una gestión en la que estuvo acompañado
por el Banco Central Europeo y las autoridades de la Eurozona.
No hay buenos y malos en la consideración de la
crisis; solo matices sobre como “resolver la crisis capitalista”, y por eso el
“crecimiento”, para restablecer el consumo, sí, pero especialmente la
valorización, esencia del desarrollo de la sociedad capitalista. Es necesario
que aparezca una voz diferenciada, con críticas al capitalismo en crisis, y que
proponga superar, no solo la crisis, sino el capitalismo.
Restaurar la confianza
Junto al crecimiento buscado, se puede leer en las
Declaraciones finales del G20 que superar la recesión y desaceleración,
restablecerá la “confianza”.
Es bueno interrogarse ¿confianza en que qué, para qué,
en quiénes?
Entre las medidas sustentadas en la Declaración del
G20 se puede leer el estímulo a la búsqueda de acuerdos para una unión bancaria
en Europa, para “examinar medidas concretas en vista a una arquitectura
financiera más integrada, que incluya la supervisión, la reestructuración y la
recapitalización bancarias, así como el aseguramiento de los depósitos”, todo a
junto a promover “empleo de calidad”. Confianza en el sistema bancario.
El discurso de la regulación bancaria y la
arquitectura financiera está dicho luego del salvataje de la banca española por
100.000 millones de euros; de la estafa de banqueros y ejecutivos de cuantiosos
ingresos pese a la crisis, al desempleo y a la miseria. Claro, todo para
salvaguardar el sistema, los depósitos y los “empleos de calidad”.
Resulta poco creíble pensar en las resoluciones del
G20 como “medidas necesarias para reforzar el crecimiento mundial y restaurar
la confianza”, como si en ello fuera el buen vivir de la población vulnerable.
¿Cuántos recursos públicos han sido ya canalizados al salvataje de bancos y
empresas quebradas?
Parte de la búsqueda de la confianza se concentra en
el llamado a una “tregua” en las acciones proteccionistas sobre el comercio
mundial, por lo menos hasta el 2014. Es el eufemismo para instalar el discurso
hegemónico del capital transnacional por la liberalización de la economía
mundial.
Es el programa de la OMC, de los Organismos
financieros internacionales, y el legado principal de lo que se llamó el
Consenso de Washington: la promoción del libre comercio, del libre cambio, de
la apertura de los mercados para la penetración de los capitales más concentrados.
Cada G20 termina siempre con evocación al programa de
máxima: la liberalización de la economía mundial, base de sustentación del
programa de salida de la crisis de los 70´, y que en la región americana se
manifestara a través del ALCA, y luego en los tratados regionales o bilaterales
por el libre comercio. No en vano una de las noticias que presentó Obama a los
anfitriones, fue la invitación a México para ser parte del Acuerdo de
Asociación Transpacífica, una negociación comercial plurilateral que involucra
además del país azteca, a Nueva Zelanda, Australia, Brunei, Malasia, Singapur,
Viet Nam, Chile, Perú y EEUU.
Este es un proyecto que involucra a 500 millones de
habitantes; un 26% del PBI mundial; un 15% de las exportaciones mundiales y un
18% de las importaciones globales. Es un acuerdo que EEUU utiliza para su
proyección sobre el Pacífico en competencia con China.
La confianza buscada es para relanzar el proyecto
capitalista y superar la crisis. En el próximo tramo brasileño de los debates,
“Río+20”, se incorporarán los mensajes de un “capitalismo verde”, con “empleos
verdes”. Es un mensaje que busca consenso social ante la conciencia ecologista
vigente. Pero ese proyecto verde, de ensoñación de los ideólogos del
capitalismo contemporáneo, se asocia a la explotación depredadora de los
recursos naturales.
¡Ojo con la confianza a restaurar! La confianza puede
hacernos cambiar nuestras riquezas naturales por espejitos de color, verde, por
supuesto.
La propuesta es por otro modelo productivo y de
desarrollo
En variados debates me señalan mi pesimismo en las
“soluciones” que se ensayan, incluso en “gobiernos progresistas” (que no dejan
de ser capitalistas).
Son los mismos que me endilgan mi optimismo por la
creciente “indignación” de un movimiento social que no tiene claridad sobre el
rumbo a seguir, y solo se afirma en el NO a la realidad que les toca vivir, la
del ajuste y la austeridad (Grecia, Italia, Europa en general, ahora, y de
Nuestramérica en las últimas dos décadas del Siglo XX).
No es menor afirmarse en el NO. A veces es un grito de
dignidad, aunque no se conozcan los SI, y que sin embargo se abren paso entre
nuevos desafíos que instala el constitucionalismo renovado en Bolivia, Ecuador,
o Venezuela; la propia renovación socialista en Cuba, e incluso las búsquedas
de expresiones organizadas del movimiento popular por un movimiento de
constituyentes sociales, que emergen en Argentina, Chile, Colombia, entre otras
experiencias de organización popular en la construcción de un proyecto
emancipador. En ese camino se inscribe la lucha por la soberanía alimentaria,
energética, financiera, ambiental.
Los NO son el modelo productivo y de desarrollo
capitalista contemporáneo, sustentado a la superexplotación de la fuerza de
trabajo y la depredación de los recursos naturales. Los SI apuntan a nuevas
formas de relación económica, social, política y cultural para reproducir la
vida cotidiana en armonía con el conjunto social y los bienes comunes.
En definitiva, ni pesimismo, ni optimismo, sino
reivindicación del NO y emergencia y difusión de nuevos SI. ¿Resulta simple?
Claro que no. Es parte de la búsqueda por una nueva sociedad. El fantasma de
los indignados recorre el planeta, y no se trata de “jóvenes interconectados”
mediante nuevas tecnologías de comunicación y redes sociales, sino de
trabajadores sin empleo, flexibilizados, precarizados, súper explotados,
mayoritariamente jóvenes que rechazan el presente sin futuro y reescriben su
propia historia emancipadora, liberadora.
Si el ciclo inaugurado por el Manifiesto hizo evidente
el surgimiento de la práctica y teoría revolucionaria que inspiró históricas
luchas de clases entre 1848 y la ruptura de la bipolaridad; el presente es un
momento de imaginación creativa en la emergencia de renovadas perspectivas para
la teoría y práctica de la revolución.
Julio C.
Gambina es Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de Economía Política
en la U.N. de Rosario. Profesor de posgrado en Universidades de Nuestramérica.
Presidente de la FISYP. Integrante del Comité Directivo de CLACSO.