Nota publicada por la Revista “La Pulseada” sobre el
trabajo de las Defensorias Barriales de Mujeres del MEDH.
La hermana Ana Inés Facal coordina las
Defensorías Barriales de Mujeres del MEDH, una red participativa que capacita,
sin adoctrinamiento ni victimización, a mujeres y chicos del Conurbano. La Pulseada
la entrevistó sobre este espacio gestado después de 2001 que hoy motorizan 400
mujeres en 26 barrios. Logros, vínculos con las estructuras de poder zonal y
diagnósticos. Más del 80% de las consultas que reciben es por violencia física
contra la mujer.
Por Josefina López Mac Kenzie
“Casi 400 mujeres participan, contando las
que están siempre en las defensorías y las que pasan por ellas semana a
semana buscando sostén y asesoramiento, buscando reconocerse como
compañeras de luchas y de clase en una realidad donde las mujeres están
borradas, invisibles, alienadas o deben llevar identidades a pedido de los
demás: ser la mujer abnegada, buena esposa, buena madre pero silenciada en su
deseo, sus palabras, su identidad más profunda”, evalúa Ana Inés Facal,
coordinadora de las Defensorías Barriales de Mujeres (DBM) del Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).
Hoy funcionan 26 sedes, en parroquias o centros
de referencia del Gran Buenos Aires (ver aparte). Allí se capacita, asesora y
acompaña en lo práctico a mujeres y chicos víctimas de maltrato físico,
abandono, adicciones, abusos y otras violencias, y se brinda formación teórica
para fortalecerse contra las violencias.
Empezaron en 2002, “cuando las mujeres, sobre
todo, estaban poniéndose la familia en la espalda y los hombres −proveedores−
estaban ninguneados por el sistema, deprimidos o eligiendo la violencia como forma
de afirmar su primacía en el ámbito familiar a pesar de ‘todo’”,
reconstruye Facal. El MEDH, un organismo de derechos humanos con tradición en
la promoción de defensorías, venía trabajando en los barrios con una abogada,
una trabajadora social y una psicóloga. Con este antecedente fueron forjando,
de a poco, el modelo actual, participativo.
Y la semilla prendió: “Continuamente nos
piden nuevas capacitaciones en nuevos barrios. En general, lo piden mujeres que
se enteran de la existencia de las defensorías y, cansadas de otros espacios de
participación, buscan algo nuevo −cuenta Facal, y agrega−: El fenómeno
nos maravilla porque estrictamente no depende de un proceso de
‘adoctrinamiento’ de las coordinadoras, sino que surge como algo espontáneo, de
su participación activa, autónoma, colectiva, sostenida, y es resultado del
aspecto autogestionario. Ellas deciden, comentan, estudian, se abren a otros
espacios, comparan, discuten, aprenden, luchan en espacios de poder (juzgados,
comisarías, municipios) desde la identidad que la participación les ha ido
dando”.
Los frutos se ven en cada barrio, donde mujeres
no profesionales que participaron de las capacitaciones reproducen la red. “Se
van dando resultados asombrosos, como la profundidad de la conciencia
social, política y solidaria, crítica del sistema, de las compañeras. Ellas
mismas se organizan, atienden, acompañan, se hacen amigas… y transforman sus
miradas y posturas ante la vida”, analiza Facal.
Además, las DBM dieron pie al Espacio de Jóvenes
del MEDH, adonde confluyen, en torno a proyectos sociales y artísticos, chicos
de veinte centros de día o parroquias de distintas iglesias. Este vínculo nació
con la preocupación de las madres ante los castigos sociales más frecuentes
para los chicos más pobres: la violencia policial e institucional, la falta de
oportunidades o el consumo de pasta base.
Una radiografía de género y clase
La contracara de esta ebullición son las razones
por las que las mujeres acuden a las DBM. “Violencia contra la mujer, en un
80% o más de las consultas; violencia contra chicos y chicas, abuso sexual
infantil y violencia institucional contra mujeres (por ejemplo, revictimización
después de separaciones o divorcios) y contra chicos y jóvenes (maltrato de
servicios zonales, juzgados de familia, Policía)”, detalla Facal. Esto
puede tomarse como “una radiografía de la situación de desamparo
institucional −asegura−. Y su corolario, lamentablemente, es el número
creciente de casos de mujeres que tras múltiples denuncias o de separarse,
mueren a manos de sus agresores”.
Otras “fotos” violentas son las amenazas sufridas
por mujeres que pretendían vincularse con las DBM y la “condena social” (de
punteros, de parejas, de líderes religiosos) a esta experiencia, resumible en
un comentario habitual: “En vez de quedarse a cuidar los hijos van a esas
reuniones. Así quieren separar familias”. Es que las DBM, analizan desde
el MEDH, “no son lugares adonde se viene a llenar el estómago (comedor) o
el bolsillo (subsidio), sino que predomina la palabra”, y “no le
conviene al sistema político punteril que las mujeres dejen de ser’ clientas’”.
Ante problemas concretos (de justicia, salud,
educación, documentación, maltrato físico), las DBM salen a mediar con
instituciones locales y zonales por donde tramita la vida cotidiana. Así,
pivotan entre las violencias privadas, estatales y sociales, la cultura del
machismo y la operatoria de los punteros partidarios.
“Con el Estado tenemos una relación de
articulación en lugares donde se puede construir… Las mujeres van
constantemente a servicios zonales, comisarías, juzgados. Acompañan a las que
llegan y a las que no son escuchadas. No siempre es una relación fácil. A veces
hay que pelear contra el maltrato, la desidia, la burocracia, la
revictimización. Muchas veces intentan cooptarlas para el trabajo punteril, sin
resultados duraderos. Y hay obstáculos con algunas oficinas, situaciones
increíbles de abuso de poder, ignorancia de parte de los servicios estatales en
materia de violencia de género…”, describe Facal.
“Pero muchas veces en esos lugares al
escuchar ‘MEDH’ cambian su modo de atender y responder. Y cuando se logran
resultados se refuerzan el entusiasmo y la confianza. En casi todos
los municipios −continúa la coordinadora− las defensorías son muy
reconocidas porque es casi la única experiencia de trabajo en terreno
profundamente comprometido llevado a cabo por las mismas mujeres de los
barrios, que, sin ser profesionales, hacen un trabajo impecable, eficiente y
comprometido por las mujeres que sufren distintos tipos de violencia y por
sus hijos e hijas”.
“A veces, las estructuras de las iglesias
desconfían de este proyecto, no se lo creen o no están dispuestas a dar este
espacio. Por ejemplo, algunos dijeron: ‘Ah, yo creí que eran profesionales
quienes iban a venir a atender a las mujeres… no, así no nos interesa’. Y otros
boicotean. Pero felizmente también hay muchas iglesias que las reciben, les
abren las puertas, les ‘dan las llaves’ y ellas despliegan lo suyo, aportando
de verdad una corriente de participación y vida nueva en esas comunidades”. Es
que las iglesias, opina Facal, “con todas sus limitaciones y defectos
institucionales (que son muchos) siguen siendo para la gente de los barrios
pobres un lugar confiable donde trabajar auténticamente sin ser manipulados
políticamente (por punteros, por ejemplo) y un lugar que respeta su dignidad
como personas”.
El trabajo en las DBM acaba de sumar un logro:
pudo volcarse en un libro. “Estos momentos nos dan fuerzas para seguir
nuestro camino y compromiso diario con las compañeras de los barrios y nos
confirman que, en el contexto de hoy, es lo más valioso que hacemos”, concluye
Ana Inés Facal.
El mapa de las defensorías
Hoy funcionan 26 DBM del MEDH en parroquias
católicas o evangelistas, hogares o centros de referencia de las siguientes
localidades del Gran Buenos Aires:
Zona norte: Talar de Pacheco,
Béccar, Boulogne y Tigre. Zona sudoeste: Lanús Este, Wilde,
Ingeniero Budge, Ezeiza. Zona oeste: Paso del Rey, Moreno,
Merlo, La Reja,
Mariano Acosta, San Justo. Zona sur: Quilmes oeste, San
Francisco Solano, Florencio Varela, Quilmes este, Villa Itatí y Berazategui.
Para mayor información sobre la ubicación de las
sedes: defensoria@medh.org.ar
El libro
Juntas de pie construyendo caminos. Defensorías
barriales de mujeres. Sistematización de una práctica liberadora
acaba de ser editado y presentado por el MEDH. Es una producción
colectiva que llevó dos años de trabajo “exigente, duro y maravilloso”,
califica Ana Inés Facal.
El libro, que se consigue en Moreno 1785, 1º piso
(CABA), historiza las DBM, las enmarca en la historia del MEDH y narra los
procesos de capacitación, participación y lucha de poder que se dan en ellas,
en los pliegues de los barrios. También constan las dificultades, los casos de
lugares donde el programa “se cayó”. Por ejemplo, en un barrio donde “una
sucesión de hechos de gatillo fácil llevó a las mujeres a no salir de sus casas
por miedo”, o en comunidades donde la parroquia, los líderes
(profesionales, religiosos, partidarios) o “los maridos” no habilitaron su
puesta en práctica.
La meta, propone la coordinadora, es “continuar
con el proceso de acción-reflexión-acción en las defensorías. Que otras y otros
trabajadores del campo popular lo lean y podamos enriquecernos mutuamente con
otras experiencias que favorezcan la participación verdadera de mujeres y
hombres de sectores populares”.