DECLARACION DEL ESPACIO ECUMENICO
EN ALIANZA POR LA VIDA
Conmovidas y conmovidos:
- por un nuevo aniversario del asesinato, durante la última dictadura planeada y ejecutada por civiles y militares, de la comunidad de sacerdotes y seminaristas Palotinos, del hno. Mauricio Silva, de los padres Carlos Mugica, Carlos Bustos, de los Asuncionistas y de tantos laicos -hombres y mujeres católicos, evangélicos y de otras espiritualidades e ideales- que fueron sacrificados de una manera atroz;
- por el juicio iniciado a un sacerdote que tiene que rendir cuentas de su participación y responsabilidad como Capellán de la policía bonaerense, durante la dictadura.
No podemos hacernos los distraídos, las distraídas.
“Entonces el Señor preguntó a Caín: dónde está tu hermano Abel?. No lo sé, respondió Caín. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?. Pero el Señor le replicó: ¿Qué has hecho?. ¡Escucha!. La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo”. (Gn. 4,9-10)
Al hacer Memoria de tantas hermanas y hermanos “crucificados” fuimos conociendo sus historias que dan cuenta del amor, la verdad y de la convicción con que vivieron –hasta el final-. Hermanas y hermanos no sólo asesinados, desaparecidos sino a los que además hoy sistemáticamente, se pretende sumir en el olvido. “Se mata a quien estorba” (decía Mons. Romero), “se mata y olvida a quien estorba”, podríamos decir. ¿Por qué?. Porque los mártires, con la coherencia de su vida, son un juicio inapelable al mundo, cuyo pecado e impunidad ponen de manifiesto. Pecado e impunidad que hay quienes aconsejan olvidar y no conmemorar, argumentando que este hacer Memoria, puede entorpecer el proceso de reconciliación, cuando sabemos que no hay reconciliación y paz posibles, sin verdad y sin justicia.
El maligno es mentiroso y las tinieblas odian la luz. Sólo la verdad nos hará libre (dice Juan).
En estos dos hechos: la memoria de los desaparecidos y el juicio a los responsables, el Espíritu del Crucificado que fue Resucitado nos sigue interpelando
Nos duelen las heridas provocadas por nuestras iglesias institucionalizadas que no son plenamente fieles a Jesús, su único Señor, que es el Señor de la vida y que por ello, tampoco son fieles a su verdad y a su justicia. Razón por la cual no afrontan su propia verdad de ayer y de hoy, haciendo una seria y profunda autocrítica de las responsabilidades y aún complicidades propias con el terrorismo de Estado, con la misma fuerza y seriedad con que realizamos tantas críticas a la sociedad.
La impunidad es un pecado social grave, también para cristianos e iglesias.
Creemos que, una vez más, “es lícito preguntarnos si en buena parte la violencia del presente no tiene su origen en no haber condenado con fuerza la violencia del pasado”.(1)
Ayer no supimos o no quisimos condenar la violencia de un terrorismo de Estado que, con sus métodos represivos, nos dejó un saldo doloroso y sangriento. Hoy este saldo sigue multiplicándose: Violaciones a los DDHH de las más diversas índoles, como la sistemática marginación y exclusión del pueblo pobre de la educación, la salud, el trabajo; la represión sistemática, cada vez que el pueblo ejerce sus derechos a la protesta, como lo muestran los asesinatos de Santillán, Kotesky, Carlos Fuentealba; la desaparición de Julio López y las amenazas a testigos de los juicios a los represores como método de amedrentamiento cuando se quiere hacer justicia; y tantas vidas truncadas de jóvenes (por el gatillo fácil, el paco, la falta de posibilidades). Todo esto en medio de declaraciones equívocas de autoridades y personalidades de la política, la cultura y las iglesias, contrarias a las exigencias de Verdad y Justicia.
“No llamar mal al mal es confundir conciencias, es no formar en los valores de la justicia y de la paz. Sólo la condena de la violencia nos permite formar en la paz. Poner un manto de olvido es justificar lo que pasó. Indultar crímenes atroces como la desaparición física de personas, violaciones, torturas, prisiones clandestinas, robo de niños y a la vez encarcelar a otros por hechos de mucho menor significado es una injusticia que clama al cielo y nos lleva a perder los parámetros del bien y del mal. Una Nación que no condena desde su orden jurídico el mal pierde el fundamento para reconstruirse como sociedad. Gracias a las leyes de punto final y obediencia debida y a los indultos otorgados, muchos de los que impunemente mataron y maltrataron hoy se mueven con total libertad por nuestras calles y participan de nuestras instituciones. ¿Qué garantía nos da esto para superar la corrupción y la injusticia institucionalizada?” (2)
Por todo esto seguimos reclamando VERDAD y JUSTICIA y seguimos diciendo NO MAS OLVIDO, NI IMPUNIDAD. Que sean investigados los crímenes (de ayer y de hoy) y juzgados los responsables.
Al conmemorar esta Fiesta Patria del 9 de julio, volvemos a decirle al Señor de la Historia :
Queremos ser Nación,
una Nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.
(CEA, 2001)
Ciudad de Buenos Aires, 9 de julio de 2007
(1) y (2). Declaración 4/8/03 - JDN (Confar)
Espacio Ecuménico en Alianza por la vida
Conferencia de Religiosos y Religiosas de la Argentina
Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos
Justicia e integridad de la creación