El abogado Carlos Slepoy atiende a los medios en mayo de 2014 en Madrid.PABLO BLÁZQUEZGETTY
Este lunes, en Madrid, ha muerto un hombre que será llorado en dos
continentes, en muchos países. Se llamaba Carlos Slepoy y asistió, como
abogado, a víctimas de la dictadura argentina, la chilena, la
guatemalteca y la española a lo largo de cuatro décadas dedicadas a la
defensa de los derechos humanos y la justicia universal. Nacido en
Buenos Aires, cruzó el océano en 1979 por la única razón ineludible:
seguir vivo. Antes de abandonar el régimen de terror de Jorge Rafael Videla
y exiliarse en España, había perdido varios compañeros y él mismo había
sido detenido, torturado y encarcelado durante 20 meses.
Ha muerto a los 68 años por una acumulación de dolencias y problemas
de salud que arrancaron en 1982, cuando se acercó a defender a unos
chicos que estaban siendo agredidos por un policía nacional en la
madrileña Plaza de Olavide. El agente dijo que se lo llevaba detenido y
cuando lo tuvo delante, le disparó un tiro por la espalda. Estaba
borracho y fue condenado a seis años de prisión
por asesinato frustrado. A Slepoy, que entonces trabajaba como abogado
laboralista en UGT, le quedaron secuelas muy graves. Con los años,
terminó sentado en una silla de ruedas.
Carlos Slepoy, en un congreso sobre justicia universal celebrado en Madrid en 2014.
Su nombre se repite una y otra vez en las hemerotecas, en ocasiones
celebrando éxitos, y las más de las veces, avisando, tras un revés
judicial, de que no iban a resignarse. Porque de todas las batallas
jurídicas, escogió las más largas, las de la jurisdicción universal, las
que luego se estudiarían en las facultades de Derecho. "Carlos Slepoy,
nuestro Cholo Simeone, me enseñó que en esta lucha hay que ir
partido a partido", explicaba Manuel Ollé, abogado en las causas de
Guatemala, Sahara o Tíbet, en un congreso sobre justicia universal celebrado en Madrid en 2014.
Decía esta crónica de José Yoldi del 31 de octubre de 1998:
“El abogado Carlos Slepoy, uno de los que más ha luchado en el proceso
por las desapariciones y asesinatos en Argentina, se echó a llorar al
oír la decisión del tribunal y no pudo parar hasta más de una hora
después”. Lloraba Slepoy aquel día porque la sala de lo penal de la
Audiencia Nacional acababa de declararse competente para juzgar a
Augusto Pinochet por genocidio. El dictador chileno llegó a permanecer
más de 500 días detenido en Londres por orden de Baltasar Garzón, pero
finalmente Reino Unido le dejó marchar por razones humanitarias.
“Durante mucho tiempo Argentina se opuso a juzgar los crímenes de su
dictadura. Finalmente, el presidente Néstor Kirchner decidió que o se
juzgaban o se extraditaba a España a los responsables. El muro de
impunidad se fue resquebrajando y muchos jueces argentinos se
replantearon la situación. Estoy convencido de que en España habrá
jueces que, pese a lo que le ocurrió a Garzón, se atrevan a investigar
estos crímenes”, declaraba Slepoy, una vez más sin resignarse, después de que el magistrado de la Audiencia Nacional fuera apartado de la causa del franquismo y acusado de prevaricación.
Recurso a recurso, a ambos lados del océano, este abogado universal
consiguió que un juez escuchara por primera vez a las víctimas de dos
dictaduras que habían practicado los mismos métodos de terror:
ejecuciones extrajudiciales, robo de bebés... Slepoy ayudó a conseguir
que la justicia les oyera y por eso hoy le llorarán en dos continentes
los hijos y nietos de los desaparecidos.